sábado

Ezequiel Borra

Las cosas del mundo / De todos los días



Luego de cuatro años de trabajo, Ezequiel Borra entrega otra inquietante obra conceptual. Un disco doble lleno de canciones buscadas, encontradas, descubiertas y listas para ser disfrutadas, primero y en exclusiva por los socios del Club del Disco.

Hay que tener una tremenda personalidad y confianza en las propias fuerzas para lanzarse a la aventura de ofrecer como segundo trabajo solista un disco doble. Se trata de dos discos que por una cuestión de duración tranquilamente hubieran entrado en un solo CD, por lo que la apuesta es más fuerte aún. Si se elige entrar por Las cosas del mundo, el más crudo quizá, la primera sensación es que estamos ante algo experimental y profundo. Hay un aroma de bùsqueda en Neófito, la canción que abre este álbum con reminiscencias a Eduardo Mateo desde el groove y desde la actitud, pero ya mostrando una amplia gama de recursos propios: enorme riqueza tímbrica, imaginación melódica y vuelo en la armonía. Pero de allí saltamos al segundo track, Apretado: una letanía obsesiva con variaciones, sin estribillo, más parecido a un sueño que a una canción. Nuevamente otra cosa del mundo en el tercer escalón del disco: Casike tiene una melodía inolvidable y un tratamiento diferente al de las dos canciones anteriores. La cuarta tiene una base rockera, algo nuevo que aparece. Luego, Esclavo, con el bajo hecho por una tuba, plantea también un cambio en la forma y es de una brevedad aforística. Sería imposible una reseña de cada tema, pero valgan estos ejemplos para entender que Ezequiel Borra logró unificar piezas muy diferentes en un misma obra. No repite los procedimientos ni las formas, pero es muy consistente como compositor o buscador de canciones.

El otro disco que completa la obra, De todos los días, es más lineal, hecho de canciones ya procesadas, igualmente tiene elementos en común con Las cosas del mundo pero es cierto que está más cuidado en sus armonías, letras y climas, si bien conserva en algunos momentos esas rítmicas complejas que tanto le gustan a Borra. Aparece aquì la canción Tierra, que por su calidez y redondez se convierte sencillamente en perfecta.
Se percibe cierto parentesco con la lírica spinettiana de la época de Invisible (en particular con el LP Durazno sangrando) y con otros grupos de música progresiva de la primera mitad de los ’70. Pero es un disco hecho en el presente, con el uso de instrumentos acústicos, no tradicionales, samplers y otros recursos actuales.

Veamos ahora cuáles son los elementos que producen la cohesión en esta obra. Por un lado, cierto clima de aparente calma que logra mediante el uso de sonidos de la naturaleza, voces de niños y un preciosismo en la mezcla que obligue a recomendar (como él lo dice en la entrevista, ver las páginas siguientes) el uso de auriculares para saborear mejor cada capa de sonidos. Por el otro, los arreglos vocales y su manera de cantar, tan personal y alejada de cuanto conocemos de los cantantes de difusión masiva, que ya habíamos descubierto en Desde el placard, su primer disco. Hay que decir que su registro un poco nasal es cercano, un timbre de voz que queda muy bien en una música por momentos directa y bella, sin filtros, con mucho de psicodelia y de intimidad.



Es difícil resumir en palabras lo que genera tanta música. Algunas canciones son hermosas y justas, como la Canción orgullosa, es decir que podrían estar en cualquier disco de canciones "normales". Otras parecen en realidad fragmentos de canciones, pero la suma de todas forma un mosaico riquísimo, que sintetiza esos mundos de Borra. Para escuchar en la tranquilidad de la habitación, a solas, a media luz; y silbarlo en alguna vereda imaginaria. Un trabajo libre, y liberador.

Fuente: Club del Disco

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